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sábado, 27 de junio de 2015

EL SANO IMAGINARIO

A la memoria de Enrique Méndez Calzada

Sobre los finales del siglo XXV, S.I. seguía planteándose cuestiones bien rancias. Frente a un gran micrófono interior comentaba así: "Todo debe tener una causa. Como yo soy causalista, yo debo tener una causa. Puesto que si todo lo que vemos en el mundo tiene una causa, el mundo entero tiene también una causa, cosa que precisamente hay que demostrar. Y como hasta lo presente ninguno lo ha demostrado yo, S.I., voy a demostrarlo objetivamente. ¿Todo hombre nace para morir? Eso es apriorismo puro; luego hay que verificarlo."
S.I. tenía enorme inventiva para resolver absurdos. Sometido, metódicamente, a una serie de costosos estudios biológicos probabilísticos, como resultado obtuvo un número que lo dejó estupefacto: ¡"Mi riesgo catástrofe es 500? Eso significaba que las Parcas podían guillotinarlo en cualquier hora. Le explicaron doctos namotecnólogos que si lograba bajar el riesgo catástrofe a 0,5 sus probabilidades de vida viraban bruscamente hacia la perpetuidad. Esto hablando desde el punto de vista teórico, puesto que desde la praxis u otras orientaciones menores -digamos metafísicas, fantásticas...- ese molesto 0,5 de imprevisibilidad podía ahogarse dentro del cero. Pero en tal caso ya no dependía exclusivamente de la ciencia sino del mismo S.I.
Entonces, como primera parte para desbaratar los lacerantes apriorismos, se propuso la renovación orgánica total, cosa que en el siglo XXV era fácilmente hacedera.
1)            Le implantaron una bomba cardíaca de material radiactivo; válvulas de platino iridio; porque el corazón es lo primero.
2)            Implantes de riñones, hígado y pulmones.
3)            Implante de testículos y pene
4)            Implantes de vértebras desgastadas y fragmentos de médula ósea.
5)            Implantes de páncreas mecánico y segmentos de intestinos atascables y nervios desmielinizados.
6)            Se quitó cataratas, próstata y grasa.
7)            Mejoró su aspecto fisonómico mediante implantes dentales y no menos de una docena de cirugías estéticas por agregado de tejidos de oro y platino y celuloterapia "ad hoc".
Al vérselo tan rozagante y vital pasaba inadvertida su exacta edad cronológica. Solía distinguir: "En la edad documentada puedo llegar a ser don decrépito, pero biológica-mente soy otro Dorian Gray. Soy 'presque' una maquinaria sin desgaste."
Hasta aquí el anticausalismo de S.I. parecía inobjetable. El intríngulis quedó suscitado ante la Muerte.
De sus profundos razonamientos S.I. llegó a esta conclusión: que trasplantes contra la Muerte no había; más, sería un absurdo. Sin embargo sabía a través de textos artísticos venerables que la Muerte concede acuerdos. Se dijo: "Un acuerdo entre la Muerte y yo es algo viable. Poseo voluntad, inteligencia y medios para hacerlo."
Viajó hasta la región del río Aqueronte, tal cual lo describe Dante en el canto III del Infierno. Y allí, efectivamente, es-taba la Muerte, que nada quería saber de progresos tecnológicos. Seguía transportando a los condenados dentro de lanchas sucias e incómodas. Le concedió la entrevista a S.I. Aun-que cueste creerlo la Muerte es muy razonable cuando se acepta aquello que pide. Entre la Muerte y S.I. hubo acuerdo o pacto. Nada quedó escrito, porque la Muerte -como todo lo antiguo- decide únicamente por palabra y sangre. La Muerte respetaría a S.I.
Es razonable suponer que S.I. viviría dentro de la mesura, de las buenas costumbres, sin exponerse a riesgos inútiles, ni a derroches donjuanescos o ruinosos, ni entre amores fatales. La Muerte que es muy lacónica y ambigua le pidió: "Tu forma me pertenecerá".
Aquí es oportuno mencionar algo ocurrido a principios del siglo XXVI, cuando S.I. ya gozaba plenamente de sus corazas anatómicas y fisiológicas. Retrocedamos.
Ya lo había anunciado Enrique Méndez Calzada escritor del siglo XX. Su profecía calificada como obra de imaginación científica se incluyó en "Ficciones argentinas 1900-1930". Méndez Calzada anunció "La sublevación de las máquinas" "Hubo un día de la gran sublevación de las máquinas en que una clamorosa asamblea de fonógrafos y aparatos de radiotelefonía reunida en la ciudad de Filadelfia proclamó los Derechos de la Máquina y decidió declarar la huelga general hasta tanto fuesen acatadas por el hombre las condiciones que se fijaban en aquel documento; todas las máquinas del mundo se negaron a continuar prestando los servicios a que estaban destinadas, y si se pretendía compelerlas o violarlas, ejecutaban al revés (o no las ejecutarían) las órdenes recibidas." El autor citado destacaba casos particulares, entre humorísticos y trágicos, ante la declaración de las sublevadas máquinas, mientras se llegaba a una conciliación (ignoro si amable u obligatoria) se nombró mediador tanto por los hombres como por las máquinas "al Sumo Hacedor, el Omnipotente Jehová (dice el autor) a quien todo aquello traía contristado y cogitabundo".
Volvamos al siglo XXVI.
S.I. no estaba en Filadelfia, sino en Buenos Aires. La sublevación se diseminó como eco violento e instantáneo por urbi et orbi. Y se introdujo en la intimidad de S.I. Oía y veía por "televisión internizada" las protestas desde Filadelfia, protagonizadas por las máquinas. Mandó cerrar todas las aberturas de su mansión inteligente para protegerse de probables intrusiones.
Es verdad que la residencia de S.I. poseía todo cuanto el artificio o la cobardía humana había logrado para su protección. Pero S.I. sintió pánico. Cosquilleo en la boca del estómago mecánico que se le instaló en el medio del pecho. Dolor que le tironeaba como queriéndolo abrazar con brazos de púas (arcaísmo desde luego). En la espalda, a la altura de los pulmones y en la cintura algo reventaba sordamente.
Creyó que de la cara le brotaban alambres vibradores... El espanto lo recibió a las carcajadas. Su lógica anticausalística se le derramaba por los oídos. Creyó que detrás de vidrios invulnerables no se perdería ninguna pieza de su interno ajedrez metalúrgico.
Podemos opinar que todos sus mecanismos interiores se habían soliviantado. En minutos, la estructura orgánica se derrumbó. Padeció la sublevación de las máquinas, anticipada por E.M.C. en el siglo XX
Lo encontraron en el piso de la cabina invulnerable como si fuera un bicho atrapado.
A punto de ser incluido en la "basura", alguien observó que el insecto emitía fulgores amarillentos. Llamó la atención, y estudiado por naturalistas del siglo XXVI, se difundió la siguiente descripción:
"Se trata de un fulgórido, hemíptero (dos alas), cuya cabeza muestra prolongaciones que llegan a emitir ondas hertzianas. Suponemos que es inteligente, pues su genoma casi no difiere del humano. De cuerpo rechoncho y fuerte, las grandes alas anteriores pueden colorearse llamativamente de amarillo a voluntad del fulgórido. Son capaces de vivir indefinidamente. Podemos remitirlo al museo entomológico como prueba de la metamorfosis colisionante."

¿Puede admitirse, causalísticamente hablando, que la Muerte cumplió el pacto, respetó a S.I.?

sábado, 13 de junio de 2015

ASÍ HABLABA FEDERICO ZARATUSTRA



                        Cuando Federico Zaratustra tenía treinta años se alejó de su lugar nativo y recaló en la capital.
            Se ofreció para cualquier cosa. Lo destinaron a limpiar los baños. Por su agilidad felina, en minutos terminaba el trabajo. Le agregaron los mandados y que sirviera café. Sin equivocarse, concluía todo en un santiamén.
            No tenía dónde vivir y por eso quedó a cargo de la vigilancia nocturna. A la mañana, cuando llegábamos, no le advertíamos signos de haber pasado 24 horas despierto. “Trabajo y me recupero.” 
            Apenas dos meses: la limpieza, el café, los mandados, la vigilancia y el archivo de la empresa.
Y cuando faltó empleado, Federico Zaratustra lo reemplazó con brillo y rapidez. No hubo por largo tiempo más inasistencias de empleados.
            Cumplía el trabajo de seis o de ocho hombres y aunque parecía algo más estimulado, su capacidad de trabajo se nos antojaba torrentosa.
            El gerente propuso que toda la tarea de la sección quedara en manos de Federico Zaratustra. Aceptó casi en silencio. El gerente creía oportuna esta aclaración:
            −La compañía ajustará su sueldo…
            −Es igual, no tengo familia.
            Como las virtudes y aptitudes de F.Z. eran muy versátiles, el gerente resultó innecesario. Los miembros del directorio invitaron a Federico Zaratustra para que conversaran.

            La mayor parte de la entrevista la pasó silencioso, ausente y molesto. Al término, dijo en su corazón: “No me comprenden; no soy la boca necesitan sus oídos.”
            El directorio se creyó dueño de un tesoro incalculable. Por precaución decidió  construirle gigantesca e inviolable caja de seguridad para protegerlo. Allí tenía cuanto necesitaba para que pudiera trabajar  a toda hora; también un circuito televisivo satelital de observación exterior. Pero muy pocos podían resistir el espectáculo de verlo en actividad. Bocacalle de idas y venidas, de órdenes e improperios; alguno afirmó que F.Z. volaba. Que le crecían brazos y manos y cabezas: desplegábase en numerosos seres.
            El directorio también quedó absorbido por Federico Zaratustra. Muchas industrias dependieron de él, de sus decisiones. Aunque los directores admitían las ventajas en el orden de la economía y de la eficiencia, no descartaban lo peligroso que significaba pender exclusivamente del insuperable F.Z.
            Venían emisarios del exterior para estudiarlo. ¿Sería muy descabellado construir alguna réplica, descendencia, mediante acoplamientos adecuados? Llegó a conducir todas las empresas del país.
            Federico Zaratustra  acelerábase más y más. Apenas podían seguirlo por computadoras. Pronto se invirtió la marea: F.Z. ordenaba y comandaba a los directores y propietarios. Alarma profunda. Hubo decisión unánime de venderlo (destruirlo). Con caja de seguridad y todo lo depositaron ene el fondo del océano Atlántico. Federico Zaratustra (dejaba hacer) trabajaba inigualable sobrehumanoinhumano. Lo dinamitaron a él y la caja de seguridad y sólo provocaron un considerable estornudo en el fondo de las aguas. Nada más. Ya no es posible retrotraer las funciones al estado anterior a F.Z.. Hay una cordillera de datos, problemas y soluciones de las que sólo un superhombre  como Federico Zaratustra conoce, es el oráculo. Todos aclaman a F.Z.
            No hay otra salida que congregarse con los “átomos” de las ciudades y formar parte de la caterva de innumerables “moléculas” que siguen la dirección de la masa.
            Federico Zaratustra, omnipotente, sin forma precisa, ilógico, ramificado hasta el encantamiento, obedecido irrazonablemente, explica- en varias lenguas al mismo tiempo- que no deben preocuparse. Que  vuelvan a casa; que él absorberá gustoso la ocupación y la inquietud de todos. Que  se dediquen a la reproducción de superhombres  como él y que esperen la llegado de lo “finito sin fin”.      


sábado, 30 de mayo de 2015

ANÁLISIS CLÍNICOS


Aquel compañero ha estimulado más de una vez mi curiosidad sobre su persona. Vive solo, sin familiares a la vista. Tiende la mano a quien la necesite. Laborioso en sus obligaciones, no parece movido por afán de falsa modestia.
Una mañana (como tantas otras) trabajábamos rutinariamente sobre expedientes; de pronto, deja caer el bolígrafo sobre la mesa: sonríe, acerca la mano derecha a la sien del mismo lado- como quien despega una telaraña- y me confiesa:
- Voy a morir.
-Yo también-retruco-, ¿cuál es la novedad?
-Mi muerte es inminente, cosa de días.
Me parece que seco de soledad se había vuelto melancólico e hipocondríaco. Tras muchos esfuerzos consigo llevarlo al médico.
El galeno apenas lo revisa; quizá porque mi amigo contagia sencilla transparencia, se limita a brujulearlo de reojo.
-Está perfectamente bien; usted es un hombre  sanísimo: estoy seguro. Apuesto a que no necesita sedantes para dormir, ¿verdad? No obstante, le extenderé la orden para que le hagan unos análisis: ustedes saben que siempre dan más seguridad sobre el diagnóstico.
Yo- que confío ciegamente es los análisis y en las radiografías- celebro la idea. Para mí es cosa de magia eso de los líquidos y de los residuos que secreta el hombre. Y que desde ahí se puedan deducir unos números indicativos  de cómo marcha el corazón, de cuánto el intestino, del porqué de los pelos y de la piel. Quizá mi culto hacia los análisis sea desmoche vocacional: porque me hubiera gustado ser mirón del fondo humano, sin ser precisamente nada de eso de médico ni sicólogo.
Trato de salpicarle a mi amigo el entusiasmo, la fe que me anima hacia los análisis. Leo en sus ojos, tan sinceros, el amable escepticismo; pero no me contraría abiertamente.
-Dejá el asuntito de los análisis en mis manos; yo tengo experiencia (lo instruyo acerca de los cuidados que debe tener para la recolección de las muestras de orina y del ayuno que debe guardar).

Cuarenta y ocho horas después, a las nueve de la mañana, nos encontramos en la puerta de la policlínica. Trae un paquetito envuelto en discreto papel verde.
“Extracciones y Análisis: Primer piso”
La recepcionista a la cual entrega el envoltorio lo invita a pasar en el gabinete de las muestras de sangre. (Lo sigo como perro faldero.)
Tras las indicaciones de la enfermera se alarga sobre la camilla. Me encargo de descubrirle el brazo y antebrazo. Consabido tubo de goma., ¡afuera el aire de la jeringa!
-Está en ayunas, ¿no?
-Es mi estado habitual.
Por más que la enfermera tense el torniquete, las venas no surgen. “Venas escondidas y para colmo saltarinas”- mastica la de blanco. La enfermera al rojo turbulento no consigue sacarle nada coloreado de las venas. “Porque no dejamos para más tarde la muestra de sangre, enfermera…Mi amigo está algo desacostumbrado a estos bretes, compréndalo, es la primera vez…”
La mujer captó al vuelo mi idea y aprobó de mil amores postergarle las estocadas.
En la puerta del laboratorio la recepcionista del envoltorio verde nos esperaba de mal talante. Le devuelve el frasco desenvuelto y vacío. “Esto no tenía nada. ¿Trajo aire? Aquí no estamos para perder el tiempo, ¿sabe?
-Es que voy a morir…discúlpeme, señorita, compren…
Yo a punto de perder el buen humor.
-Cómo vas a morirte dentro de una policlínica, pavote. Vení, vamos al cuarto piso, a radiología. ¿Para qué te recomendé tanto y por escrito cómo juntar la orina?
-Quise complacerte, pero es imposible llevarle la contraria a nuestra naturaleza: yo no orino en absoluto, ¿entendés?
-¿…?
Después de la insalvable espera, queda en manos del radiólogo.
Trabaja a brazo partido el hombre detrás de la máquina. Multiplica placas, cambia posiciones.
Cerca del mediodía, tras otra buena tajada de espera, el radiólogo nos llama (varios médicos más jóvenes nos observan como si fuéramos bichos raros). Explica que las placas no han demostrado nada. Arriesgo, calculada camorra:
-¿No estará  trabada la máquina, ¿doctor?
-El trabado es ése…ése…ése -señala con furia  a mi amigo.
Llenos de incertidumbre, diría que rabiosos- los hijos de Hipócrates atrapan mi amigo.
“Vamos a revisarle todo: Pulmones, corazón…hasta el último de los “meticulositos”, todo, ¿entendió?:  respirecorazón…notosa…suturnodoctor…norespire…suturnodoctor…colaboretosa…suturnodoctor…respiretosa…silencioosa tosa…suturnodoctor…respiretosa…colaborenotosrespirenorespire…suturnodoctor…”
Han llamado de urgencia  al director de la policlínica y a colegas de otras especialidades…y a la televisión.



De tanto revuelo, comprimo en limpio: Según ellos  “en el caso no se revela, no se demuestra, la existencia de órganos vitales dentro de la caja torácica ni en ninguna otra parte del cuerpo”.
Mi amigo, sentadito en la camilla, sin ira ni zapatos, en calzoncillos, afirma mansamente:
-No puedo esperar más, mi plazo ya está completo. He aprendido a retirarme sin tristezas: lo siento por el tiempo que te hice perder. Gracias, amigo, gracias.
Y la sala que chorrea de timbrazos, médicos a las corridas, bochinche y aparatos que aparecen y desaparecen. Y mi amigo pálido que se volatiliza como el alcanfor.
                                            

sábado, 23 de mayo de 2015

DAME UN DÍA FELIZ


“Dame un día feliz, un día claro, lleno de paz y amor, un día leve…”  Godofredo Lazcano Colodrero

Despierto a las seis de la mañana (una hora más temprano que de costumbre) dispuesto a levantarme de la cama sin remolonees. Lúcido, como si hubiera desalojado el cansancio, dedico media hora a la lectura del diario y media más a la gimnasia antes del baño y del desayuno. Me siento renovado: de pronto he descubierto fuentes de energía y de luz que tenía archivadas dentro de mí.
Las horas de la mañana, que por lo regular me parecen tan escurridizas, transcurren con el “tempo” que yo deseo que tengan.  Me sobran minutos y proyectos. Incluso reservo un rato para acercarme a la mínima biblioteca y separar algunos volúmenes, tenerlos a mano. Si hasta parece que de ojearlos y tocarles el lomo ya los acabo de leer. Antes de salir de mi departamento de hombre solo (un ambiente, baño y cocina son suficientes) se desliza debajo  de la puerta un sobre alargado. Aquello que tanto había deseado meses atrás y que- por otra parte- ya daba por sobreseída toma realidad. El diario tan importante (un amigo me hubo instado a enviar unos escritos) publicaría alguno de mis cuentos. Quieren conocerme.
El portero esa mañana me saluda cordialmente (“¿encontró el sobre?”) diría que afectuoso; le contesto de igual modo. Quedan en olvido viejas ironías. Día otoñal esplendoroso, nada de nubarrones ni remolinos. El colectivo llega sin retrasos y el tercer asiento de la derecha que nunca podía ocupar está a mi disposición.
Llego a la oficina de PROPINCUA, S.A.C-I.- veinte minutos de anticipación- dispuesto a prepararme el trabajo del día con serenidad, ante que cayeran en aluvión corredores y cobradores, agobiados de tedio y de cansancio. El gerente general como buen gato astuto anda de ronda. Me descubre desde un ángulo del salón oscuro, y sin que yo pudiera evitarlo viene en derechura a mi escritorio. Estoy dispuesto a paliar su homilía; pero esa mañana, ¡esa mañana!, tan contento como yo me comunica la novedad:
-Vea, F., usted lleva largos años de galeote, braceando contra los inertes y malhumorados; así que desde mañana, ¡basta!: PROPINCUA, S.A.C.I., lo ha designado mi secretario adjunto; tendrá escritorio especial dentro de mi oficina, ¿qué le parece?  
Agradezco con buenas palabras. También le comunico la cuestión del diario.
-Vea, F., esa nota del diario me da la razón. Yo siempre lo defendí, aunque usted no lo sabía. Vaya nomás al diario y no se nos achique: El gerente general de PROPINCUA, S.A.C.I., le da  permiso.
- Sabe, señor: ¡no se imagina la felicidad que me serpentea por todo el cuerpo! Yo pedí  tanto, tanto un día…que…
-No se achique, secretario. ¿Ahora, qué? ¿Va a decirme que lo curaron del mal agüero? Yo no creo en esas alilayas. Usted se lo merece, eso es todo. Vaya al diario.

El nuevo edificio del diario es flamante; aunque el diario, viejísimo. Mucho metal reluciente, plásticos, ascensores supersónicos, botones titilantes, flechas orientadoras. Medias palabras a través de micrófonos empotrados, estratégicamente  distribuidos, no podía extraviarme de ninguna manera. Son muy amables conmigo. Se interesan vivamente por mis trabajos y acerca de mis inclinaciones literarias, y quedo invitado a colaborar eventualmente, siempre y cuando mantuviera la calidad de la muestra; porque ampliaban la sección literaria…; querían dar cabida a los desconocidos. Mientras el encargado de la sección se muestra tan solícito mi alegría sigue creciendo, diría que desbordándose, pero no porque mi nombre fuera a quedarse preso en el papel al pie de un cuento. Sentí una estocada en el ganglio del alma que me indicaba que tal distinción no era necesaria, que ya la daba yo por bien cumplida. Así que agradecí al encargado la deferencia que habían tenido hacia mi persona, y le pedí que destruyeran o archivaran (según fuera mejor) los cuentos, motivo de la entrevista. Yo no quería que los publicaran. Me despedí de ese simpático hombre lo mejor que pude. No supo qué contestarme.  

En la calle, mucho más libre que otras veces, casi empiezo a correr. Quizá la libertad poco o nada tenga que ver con los movimientos físicos, pero tenía el cuerpo ágil y el espíritu leve. Las calles me producen cierto asombro desacostumbrado.  Ya no me parecen palancas que unidas, allá a lo lejos, están listas para triturarme. Las veo flexibles, anchas, inocentes. Y mientras camino sin incomodidades noto que la sangre llena mis libertades.
En la compañía, inevitable, desato el paternal mal genio del gerente cuando se entera de mi actitud en el diario.
-Discúlpeme, F., pero se portó como un chambón. Tanto esperar, tanto garrapatear, tantas consultas al mataburro y a los clásicos, para venir a encogerse como una cretona cualquiera ante el encargado de literarias.
-No, gerente, no me encogí; me di cuenta, me doy cuenta súbitamente de que tener el don es ya bastante, para mí lo demás  se dará por añadidura.
-¡Por qué no aceptar la añadidura, aceptemos también la sabrosa añadidura!!
-¡Eso es, precisamente, lo que no necesito!
-¡Bah! Vaya que se me ha vuelto raro y difícil… Haga según le parezca. Espero no haberme equivocado nombrándolo mi secretario adjunto.
La sorpresa total la tengo reservada para mañana: no aceptaré ser el secretario adjunto. Es un puesto codiciado por los empleados de la empresa, lo sé, pero no lo necesito ya. Lo tomará otro más acuciado que yo, con más ambiciones. (También debemos ser dignos de las ambiciones.) Mientras tanto- no pude evitarlo- mis compañeros puestos en los casos por el gerente general de mi súbita “buena suerte”, empezaron a rodearme, amistosamente. Recibo felicitaciones por el nombramiento y no saben qué argumentar para que yo cambiara de parecer en el episodio de la publicación. Eso dura un cuarto de hora, hasta que el timbrazo de la gerencia pone las cosas en su lugar. Noto que Armonía-una compañera- deja discreto papel doblado sobre mi escritorio. Simpatizamos. Armonía es el ídolo de PROPINCUA S.A.C.I.: tenemos vetado expresamente seducirla, porque es considerada la Palas Atenea de la compañía. La protectora. Desdoblo el papel: “Hoy te amo más que nunca. A.” La confesión es digna de envalentonar el corazón de un héroe.  En mi caso serviría de acción de gracias para el amor de un hombre feliz, y esto dicho con la más valiente humildad. Devolvería el billetito en el momento oportuno.
Durante el día no tuve motivos para irritarme contra ninguno. El público nunca antes me parece tan simpático y moderado. Presiento que el “amaos los unos a los otros” no sería fruto tan sideral, sino próximo. Durante aquel día se cumple en mí aquello que el poeta escribió: “Dios es mi amigo. Al corazón le pongo por testigo, sin una espina que lo hiera.”

Los ojos de Armonía se ponen atristados unos segundos cuando alcanzo a devolverle el papel. Le confesé en un fugaz aparte que yo también la amaba; pero con la libertad que había quebrado el “ghetto” de lo personal; que ya no éramos yo-tú-ni-mío-tuyo. ¡Y ya empezaba a entenderlo todo! Armonía es inteligente y doblemente bella porque no tolera el amor propio. Estuvo a mi lado sin sombras de rencor cuando después del horario me invitaron a una copa para celebrar mi nombramiento de secretario adjunto. No quise desbaratarles las amabilidades confesándoles por adelantado que no aceptaría el nombramiento. Participo de la alegría y brindo  como el caballero borgoñón “por la seguridad de la inseguridad”. Alguien tiene esta salida: “No irás a morirte, ¿eh?, justo ahora que vamos a tener un secretario macanudo”. “Hasta mañana”. “Adiós.

Camino frente a la realidad, claramente misteriosa; pero libre, feliz. Quiero decir que, para mí, ese día es tan amplio y resplandeciente y nuevo como las palmas del cielo. MI departamento me parece sosegado y espiritual; nada de ruidos ni entrechocar de iras; mi rededor de cuatro paredes tiene enormes  encantos. Todo parece digno de los hombres: La electricidad, el agua corriente, esos alimentos enlatados, el detergente, esa inmortal novela, la televisión; la caja de aspirinas, el reló…, el tiempo.  Y lo comprendo resumido; porque me ha nacido esa comprensión nueva de las cosas y del hombre. Es un banquete que puede ser descripto con otro tacto y debe ser cantado mediante otros ojos, dentro del cual se puede permanecer en otro espacio. Aprendo en la levedad de un suspiro a no temerle ni a la vida ni a la muerte.
Testimonio de sus compañeros: 
“Ante la obstinada ausencia de F. emprendimos las averiguaciones del caso. `Entró en su departamento y ninguno lo vio salir  nunca más`- nos dijeron. Sin embargo en el transcurso de estos años varios de nosotros lo hemos visto en los lugares más impensados. A manera de relumbrones-apenas instantes- nos saluda de lejos; quizá articula dos o tres palabras, una mirada centellante, una actitud feliz y desparece, hasta…”                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

sábado, 9 de mayo de 2015

FACULTAD DE PRESIDENCIA Y CIENCIAS AFINES


Tener dinero y encontrarse ante el impedimento de transformarlo en poder es ironía. Porque el dinero, desde mi punto de vista  es “la” varita mágica; y aquél que no sabe usarlo como un don divino debe ser considerado menos que un pobre millonario. Quise demostrarles (por una parte) a los millonarios pánfilos que acumular moneda por acumularla  es un mecanismo de obtusos; y (por otra parte) frente a los moralistas de siempre-que consideran el dinero como instrumento de perdición - pretendí probar la espiritualización de la moneda. Sostengo, pues, que el metálico es el único camino práctico para cambiar la naturaleza de nuestras mediocridades.
Guiado por tales premisas y de acuerdo con las leyes civiles decidí elevarme, mediante la moneda, por sobre los adocenados de ambos bandos. Para el logro palpable de mis hipótesis es necesario que los principios sean inculcados científicamente. Dicho en otras palabras: la educación, la venerable “Paideia”, debe prestarme todo los argumentos y sus tesoros pedagógicos. Consecuencia: instituyo la carrera de Presidente de la Nación. (Acaso, mediante otra terminología y distinto razonamiento, no lo intentó el mismísimo Platón en su venerable República; pero-claro está- sin mis recursos monetarios). Es en verdad incomprensible y arbitrario que, habiendo carreras y títulos para casi todo, no exista el título de Presidente de la Nación, otorgado por una acreditada casa de estudios. Así como se forma el soldado, o se infesta al ladrón, o se pule el aristócrata, estimo desde todo punto de vista natural, es decir, ordenado a la razón, que se modere y modele científicamente a los futuros presidentes.
Está a la vista de cuántos quieren verlo que, hasta el momento en que yo tuve la luminosa idea de la sistematización de la carrera presidencial, cualquier rastacueros o aparecido podía aspirar a la dirección de los destinos y de las fortunas de los hombres. La presidencia se había transformado en una suerte de lotería cuyo número premiado podía caer-y con harta frecuencia caía-en mentes malvadas o en manos sin mente. Como mi plan presidencial no era una simple bisoñada, sino que ya estaba en sazón hasta en las comas y las tildes, tenía previstas, por lo tanto, las lógicas resistencias que levantaría en el ánimo de los aventureros su simple anunciación. Hubo violentas diatribas hacia mi persona; se me acusa de todo en nombre de principios existentes e inexistentes; he soportado, estoicamente el aluvión, como corresponde a los reformadores de raza, los auténticos. Porque sabía que la razón y… el dinero estaban de mi lado, monté  una demoledora propaganda escrita y televisiva; hablé más que persuasivamente a mis colegas millonarios; viajé por el orbe sembrando la semilla de mis ideales; edité los programas completos de la enseñanza presidencial.
La primera muestra del buen éxito de mis ideas la tuve cuando llamé a concurso, a fin de estampar los textos de las materias que se impartirían  a los futuros presidenciables.  El llamado a concurso-decía-para la selección de los textos a través de los cuales estudiarían los futuros presidentes, resultó sensacional. Los manuscritos que se amontonan sobre mis escritorios son incontables y de tantas páginas y de tal versatilidad temática que de seguro ni diez  vidas me alcanzarían para leerlos y digerirlos. En consecuencia, recurro al auxilio de las máquinas computadoras, a fin de que sin fatigas ni injusticias aquéllas seleccionaran los textos más adecuados. Pese a la diligencia de las máquinas el concurso de los libros se traga dos años. Mientras tanto, me aboqué a otras cuestiones de no menos importancia. El edificio para instalar la facultad; contratación del personal no docente…; en fin, el maremagno burocrático, pero inevitable por otra parte, que pondría en movimiento el singular cuerpo por mí creado. Como no hay antecedentes al respecto debo inventarlo todo “ad hoc”, desde la simple hoja para notificaciones hasta la compleja planilla de horarios y liquidaciones de emolumentos por percibir los profesores y yo. En la descripción pormenorizada de este árido aspecto de mi invención no quiero pecar de aburrido; prudentemente, plantemos sobre el tema prolegómenos un punto y aparte.
En posesión de los textos que las máquinas  escogieron, después de numerosas insaculaciones, llevo a la práctica  el otro paso u objetivo previsto. Llamado a concurso de profesores. Esto (según mis cálculos) produce conmoción. Creo que sobrepasa largamente el anterior tumulto de los libros. En el caso de los profesores, se dan cita rozagantes veinteañeras (ignoro qué materia enseñarían a los futuros presidentes) sofocadas cincuentonas, chirles jubilados, seductores desocupados, plomizos filósofos de cafetín…; todos, todas, imbuidos del fervoroso deseo didáctico por la patria. Al principio, consciente del valor que significa la posesión de un depurado cuerpo de profesores, atiendo, personalmente una tras otro a los postulantes; pero un par de meses amordazado entre semejantes menesteres, pusieron en peligro mi salud física y mental. Por tanto, según prescripción médica, decidí que me remitieran unas líneas-especie de currículo- acompañadas de la correspondiente fotografía. (Excepto yo, creo que ninguno posee una colección de desnudos femeninos tan profusa y variada como la que me han remitido las postulantes.) Pese a lo delicado del tema, merced a la ayuda de un batallón de grafólogos y otro de “fisonomistas”, pude integrar, al fin, un notable equipo de profesores.
De acuerdo con mis conjeturas la mayoría de los docentes resultaron ser expresidentes, candidatos malogrados, secretarias privadas y prebostes venidos a menos. Es edificante comprobar lo humildes y serpientes que se tornan los  exmandatarios cuando se los derroca dos o tres veces. Pero nuevamente, sin quererlo, me alejo del tema medular; son digresiones, aunque interesantes, secundarias respecto de mi trascendental descubrimiento.
Cada una de las etapas de mi proyecto estuvo precedida-según dije- de adecuada maduración psicológica y mortífera propaganda. Por consiguiente, sobre mi persona permanecía, tenso, un interés superlativo. Los diarios no se cansaban de comentar largamente cada una de mis palabras, mientras que la radiotelefonía y la televisión ya me habían agotado la paciencia solicitándome de continuo entrevistas y spots.
Cuando pondero que el momento óptimo ha llegado, descargó otro golpe maestro: “La Facultad de  Presidencia y Ciencias Afines”, inicia, primero, el período de inscripción; y, después, los cursos regulares. El fervor con que los jóvenes alumnos inician la carrera presidencial es digno de meditarse. Algo profundo, un estro místico, que se acerca al apostolado, les inspira cualquier tipo de sacrificios. Viven y piensan como si estuvieran poseídos de un santo ardor redentorista. ¡Ah, la juventud!... ninguno ha conmovido a la juventud-desde muchísimas décadas atrás – como lo hace  mi aguijón presidencial.
Reitero: no puedo estancarme en la descripción de pormenores adventicios de la carrera, baste saber que el curso completo dura seis años más dos optativos a fin de lograr el doctorado, previa presentación de la tesis. Otorgamos dos títulos complementarios: “licenciado en ciencias presidenciales” y “doctor presidente” (ambos habilitantes para ejercer la primera magistratura). Los cursos son teóricos y prácticos; estos últimos-obligatorios, que comienzan en el quinto año y culminan en el octavo- al principio se llevan a cabo en las industrias privadas, o en fábricas, o en baldíos (previo arrendamiento) o bien dentro de todas aquellas actividades donde otros admiten que se piense por ellos, además de ser necesaria una mente creadora y equilibrada y valiente al mismo tiempo.
Por intermedio de mis vinculaciones, tan vastas, algunos millonarios que seguían con buenos ojos mis proyectos, permitieron que por período de seis meses los futuros licenciados presidentes quedaran al frente de sus industrias, es decir, las presidieran con poder ejecutivo. Resultado: el 90% de los casos los negocios casi concluyen en la quiebra; acerca del 10% restante no puedo expedirme con absoluta certeza, por cuanto mis alumnos han sido ignominiosamente arrojados por la ventana más alta del edificio correspondiente, aunque no debemos lamentar víctimas fatales. Estas verdades-que otra conciencia menos escrupulosa habría escamoteado por considerarlas  deméritos- yo las expongo de cara al sol, porque ése, el desastre, era el resultado previsto y lógico. ¿Qué pretendían los cazurros millonarios? ¿Qué un muchacho (culto sin duda) de veintitantos años los hicieran más opulentos aún? Entiéndase de una vez por todas: saber gobernar no significa que todos o muchos deban convertirse en potentados. (Por otra parte, es preferible equivocarse en el gobierno de un negocio antes que en el gobierno de una nación.) Pagué, entonces, crecidas indemnizaciones a los perjudicados colegas, que ya se imaginaban en el umbral de la miseria; pero pagué gustosamente, por cuanto la práctica había sido verdadera. Es indispensable persuadirse: Aquél que aspira a ser el primer magistrado de los hombres debe saber por adelantado cosa es el fracaso. Es concurrente saber también que mis erogaciones estaban avaladas en todos los casos mediante sólidas cauciones, sobre los bienes muebles e inmuebles de los padres y abuelos de mis alumnos.


Al fin, después de ocho años de duros estudios, egresa de mi Facultad de Presidencia y Ciencias Afines la primera hornada de primeros magistrados: 500 jóvenes sólidamente preparados para las tareas del gobierno que, de inmediato, abandonan el país rumbo a la Atlántida. Dividirían, imaginariamente, la isla sumergida en 500 parcelas de la manera más equitativa y posible; y allí, lejos de influencias distorsionantes, a practicar sin cortapisas las presidencias. Esta confederación o liga de reducidos estados (llámesela como se quiera) que mucho recuerda a la ateniense, se mostraría a las demás naciones como el paradigma del arte de gobernar. Es palpable que el gobierno no es el arte de la conveniencia, sino la conveniencia del arte, es decir, el fruto científico de la inteligencia dirigida por la ética. Yo, alma, motor y genio del proyecto, doy (presto) además, dinero (que luego cobro según lo dicho) para la travesía y les prevengo de las desilusiones; pero los presidentes están dispuestos a todo, incluso el martirio. No tenemos noticias ciertas sobre la suerte corrida por esta primera expedición, pero estoy seguro de que les ha ido magníficamente.
La segunda tanda de diplomados sale a la búsqueda de Tarsis y Ophir, las fabulosas ciudades mencionadas por Salomón en el libro de los Reyes, ciudades que no fueron ubicadas por ninguno de los grandes almirantes de Carlos V, pese a intensas búsquedas. Nuevamente yo brindo abundancia de apoyo monetario (que pronto me es restituido) y espiritual (que algún día me será pagado). La expedición se internó en el mar de las Antillas y, mes por mes, envía pormenores de sus investigaciones. Gobiernan, desde los barcos, 200 millas marinas hacia el este y 200 hacia el sur, hasta tanto aparezcan las ciudades perdidas. El futuro que les inspira es sin duda espléndido.
Las sucesivas promociones de primeros magistrados con patente-en vista de que no había” a la vista” más tierras perdidas, y ante el costo prohibitivo de ir a la Luna- los presidentes diplomados, digo, deciden, previa autorización de mi parte, quedarse en el país, después  que varios jóvenes mandatarios ofrecen sin éxito sus desinteresados servicios en el exterior.
En los años siguientes el ingreso a la facultad debe ser ajustado mediante fuertes restricciones para evitarme la inundación de los aventureros. Hubo, desde luego, intentos de competencia; pero mi prestigio no admitía parangones de ninguna naturaleza. Han fracasado estruendosamente. Todos, entiéndase bien, todos, querían ingresar en mi alta casa de estudios, así debieran esperar una vida; y conste que mis aranceles y programas de estudio son los más caros y difíciles, respectivamente.
Hemos parcelado (se entiende que nominalmente, en el papel) el país íntegro, en manzanas, tal como hizo en los comienzo de nuestra historia don Juan de Garay; y en las manzanas destinamos a los presidentes a gobernar  y a los alumnos de los últimos años para que practiquen, según gusto y placer. Los presidentes gobiernan instalados desde una mesa de café o más naturalmente desde la plaza pública más cercana. Suprimido, como es fácil entender, todo tipo de protocolo y burocracia, el presidente de manzana y los alumnos saben de “visu” las necesidades y deficiencias de sus parcelas.
Las autoridades constituidas, las que en realidad gobiernan de hecho y derecho-según la Constitución Nacional- nos observan de soslayo, a veces creo entender que malhumorados, por causa de nuestra elevada crítica (la crítica siempre es elevada) nosotros no censuramos, criticamos (es importante el distingo). Tal vez porque no comprometemos orden alguno, ni transgredimos  leyes escritas, sólo se molestan cuando la prensa independiente, haciéndose eco de nuestras críticas, nos apoya; pero, en verdad no nos molestan mayormente: nos califican más bien como una suerte de chiflados inofensivos (que Dios los perdone). Además, ¿quién no tiene en la familia estudiantes, inscriptos, o  aspirantes a ingresar en mi casa de estudios?... Los conflictos-admitamos que la palabra es un tanto excesiva- se han originado, de acuerdo con mis vaticinios, en los hogares de aquellos egresados que decidían hacer sus primeras armas (experiencias) en el seno de la propia familia. En estos casos si hubo escándalos, peleas verbales y de pancracio, abundancia de contusos y alguna que otra bala perdida. Según el humor bilioso de los editorialistas debí soportar la condena inconsecuente de la prensa que tantas veces me alabó en mi empresa.
Pese a que todas las parcelas nominales del país están provistas de presidentes diplomadas, ninguno de éstos ha llegado a ser presidente legal, o sea, que ninguno ha surgido todavía de las llamadas elecciones. ¡Ironía de la historia! El presidente constitucional se titula así sin serlo científicamente, sin haber estudiado en ninguna facultad; mientras que los diplomados, aquéllos que tienen concepto universitario de la primera magistratura, deben vegetar en invernadero, viendo languidecer robustas ideas, escritas en el papel. La verdad, fácilmente advertirle, es desde luego muy otra. La República, de ser subdividida en muchísimas manzanas verdaderas, dotadas de personería jurídica, admirablemente bien administradas por mis presidentes científicos, alcanzarían niveles de bienestar insospechables; mientras que la República gobernada por un presidente surgido del voto llamado democrático, según métodos anacrónicos, languidece por la incompetencia sacrosanta.
Sistemáticamente, diría que premeditada componenda, mis presidentes son eliminados no sólo de la primera magistratura, también resultan vetados de los cargos ministeriales y de todo puesto de importancia, aunque fuere relativo, que signifique la introducción del método científico, verdadero arte al fin dentro de la chapucería del desgobierno que se practica. ¡La verdad, sin duda, es temible!
En consecuencia, ante tal estado de cosas, frente a tamaña “discriminacitez” (vocablo que acuño para sintetizar los conceptos de injusticia y estupidez) lanzó el golpe revolucionario contra la timocracia y la zoocracia prostituidas: la Facultad de Presidencia y Ciencias Afines propone formalmente mi candidatura para las próximas elecciones.
Hubo un momento de estupor, ante la sorpresiva jugada política digna de un maestro de Maquiavelo; pero reacciona la prensa (tan versátil siempre) y me apoya en toda la línea (cierto que el apoyo tiene precio, que pagan gustosamente mis entusiasmados alumnos). Viajo por todas las manzanas nominales por mis fundadas. Soy recibido como el mesías de la política, el enviado de los dioses. Los presidentes diplomados comprenden mi sacrificio, pero hay que admitirlo, es la única vía posible y probable para que mis ideas tengan desarrollo y vigencia. Los partidos políticos llamados tradicionales no hacen más que repetir lo que siempre han hecho ante los políticos geniales: vacilar. Sólo se les ocurre atacarme con huevos podridos y energuménicos  discursos de barricada. Los actos públicos en apoyo a mi candidatura presidencial alcanzan contornos apoteótico y, al mismo tiempo, capciosos; porque también buscan refugio bajo mis alas divinas los torvos enemigos del pasado. Pero yo los aceptó con la sonrisa del diplomático incorruptible que, sabido es, admite distintas interpretaciones.
Tranquilizo a mis alumnos-a los más inflexibles- y les hago comprender, prácticamente, la mayor de las lecciones políticas: prudencia dentro de la armonía. El arrepentimiento de los descarriados es noble moneda, nada desechable por cierto. Todo converge y se dirige a mí. Sol  político intentan llamarme; pero como ya hubo  un Rey Sol, rechazo la denominación y me inclino por la de “Ibis Espeférico”, el enviado total, que espera y llega hasta cualquiera de los meridianos, aquél que también abarca y sabe apretar como ecuador perfecto el abdomen de los glotones.
A la larga, desvanecidas las intrigas, recibo apoyo unánime. Las asechanzas y las acechanzas resultan despreciables acuerdos quebrados fácilmente ante mi superior empuje. Pacto, uno, religo desacuerdos; y todos se admiran de mi sapiencia científica. Mis alumnos declaran que jamás se ha dado tal soberana lección magistral de política matemática. Y tienen toda la razón del mundo.


 Ya soy el Presidente legal de la nación. El triunfo ha sido más que abrumador. Mis rivales apenas si han sobrevivido pulverizados, supongo que por largos años. Algún día comprenderán los míos, aquéllos a quienes tanto amo, la verdadera hondura de mi sacrificio.
Por el bien de los otros, por el bien general-ecuménico diría, meta suprema de los gobiernos- las primeras providencias por mí dictadas son las siguientes:
Articulo 1. Clausúrese la agrupación autodenominada Facultad de Presidencia y Ciencias Afines, dentro de las 24 horas; quedan caducados  los apócrifos diplomas allí otorgados,  desde la fecha de la inauguración hasta el día del presente Decreto.
Artículo 2. Quedan abolidas las manzanas nominales adscritas a la agrupación derogada en el Artículo1; quedan  igualmente sin efecto los cargos anexos a la artificiosa parcelación territorial.
Artículo3. Los casos de rebeldía, resistencia, oposición o simple manifestación oral en contrario al  artículo1  y artículo 2 serán reprimidos mediante la pena capital-fusilamiento-.
Articulo4.De forma…